Volver con la frente marchita

Rumiaciones de una docente en el laberinto educativo

Hola buen díaaaaaaaaa, así, sosteniendo la a con firmeza enfrento al curso en cuestión, y tengo que remarcar la a con fuerza para que respondan, que salgan de su ensimismamiento adolescente de charlas en el pupitre, sánguche de la vianda, fruta o barrita, o tal vez alguna medialuna con jamón y queso de la cantina. Suelo hacer una interpelación más directa, y después del primer “buen día” sin respuesta insisto, e identifico “¡¡¡¡buen día tercero quintaaaaaa!!!!” o “¡¡¡buen día primero segundaaaa!!!!!!” y ahí sí, se deciden a empatizar un poco con el adulto responsable que tienen enfrente, que en este caso es una servidora. Durante ochenta minutos, o cuarenta (se va como agua cuando sólo tenés una hora frente a curso) esas almas son tu absoluta responsabilidad. Así que encomendate a lo que creas y confiá en que todo va a estar bien, si es que los dejaste ir al baño, o a tomar agua, o tirar un papel en el cesto (que no se entiende por qué está fuera del aula) o cualquiera de esas excusas que ellos suelen esgrimir para salirse un poco del karma escolar.

Es algo así, pero sin uniforme

Como observarán, sagaces, volví al aula. Ya lo había comentado en mi última entrega, mi sueño de conducción terminó. De nuevo en el llano, profesora rasa, con muchos párvulos a mi alrededor esperando sin entusiasmo que yo desgrane algo de lengua y de literatura.

Pero volvamos a ese momento que no estuvo exento de melancolía y burocracia. El 7 de febrero tomé el subte como siempre (ya sé que el subtítulo del newsletter sugería que yo andaba en bici, pero eso no fue estrictamente verdad el año pasado, este año estoy intentando hacerlo realidad) y concurrí por última vez como Directora (déjenme usar la mayúscula, sean piadosos) a la institución que me albergó en la segunda mitad de 2023. Allí hubo un traspaso de mando otra vez con bastante pompa y circunstancia, esta vez vinieron dos supervisores y firmamos en el libro negro que yo me iba y otro ocupaba mi lugar (me siento tan Arjona diciendo esto, Dime si él te conoce la mitad…)

Así estaba yo, pero sin planta

Bueno, y así volví a mi antigua escuela. No sé si lo dije, pero ambas instituciones están muy cerca, así que me desplacé a pie, y para ponerle pila me incrusté los auriculares y arranqué con Felicitá, que ya desde los primeros acordes te pone bien arriba. Lo mejor fue que cuando llegué a la puerta del cole me encontré con mi amigo Jero y nos dimos un abrazo, justo cuando sonaba “Felichitá è tenersi per mano, andare lontano, la felicitá”, y sentí que estaba de nuevo en casa. Momento hermoso.

No es originalidad mía lo de Felicitá, es que había disfrutado de mi ocio vacacional mirando la serie Berlín y me había enganchado con la canción, que aquí les dejo.

Muchos compañeros me dieron una afectuosa bienvenida, así que los primeros días fue todo amabilidad y charla. Pero bueno, cierto que había que trabajar también. Lo engorroso era que yo caía como paracaidista y debía examinar a los alumnos que mi suplente había dejado para febrero. Tenía que leer algunos cuentos con los cuales nunca había trabajado, o recordar otros que había olvidado. Descubrí algunas cosas que me parecieron piolas, y otras me opiaron, en fin… la literatura es así, como la vida.

Sin embargo, el traspaso de funciones tuvo su lado amargo, y acá lo volcaré, porque este es el espíritu del newsletter, la verdad de las aulas y todas sus vicisitudes. Si no sabían que venía de eso, ahora ya lo saben.

Estaba con un alumno en un aula, intentando descular una poesía de Julio Cortázar que al principio nos resultó un tanto críptica, pero al final estaba buena:

Bolero

Qué vanidad imaginar

que puedo darte todo, el amor y la dicha,

itinerarios, música, juguetes.

Es cierto que es así:

todo lo mío te lo doy, es cierto,

pero todo lo mío no te basta

como a mí no me basta que me des

todo lo tuyo.

 Por eso no seremos nunca

la pareja perfecta, la tarjeta postal,

si no somos capaces de aceptar

que sólo en la aritmética

el dos nace del uno más el uno.

 Por ahí un papelito

que solamente dice:

 Siempre fuiste mi espejo,

quiero decir que para verme tenía que mirarte.

Claro que hubo que reponer qué era un bolero, qué era una tarjeta postal (es increíble, pero creo que ya no existen más las postales).

Como hacía mucho calor, me paré en la silla para encender el ventilador, y en eso entra uno de los hombres de la cuadrilla de Infraestructura para chequear no sé qué. Me mira, lo miro, nos reconocemos, y él se desconcierta. Claro, un par de meses atrás yo lo recibía como máxima autoridad en la escuela de la vuelta y le señalaba todo lo que debía ser cambiado, arreglado, mejorado. Y él, junto con su compañero, venía presuroso porque su superior (el arquitecto a quién yo wasapeaba a mansalva para que resolviera todos los descalabros edilicios) así se lo indicaba. Ahora yo no estaba más en mi sillón, sino en un aula ignota del primer piso, encendiendo un ventilador. Me dice “Ah, ¿ya no está más allá?” “Y… no” le digo yo, “Ahora estoy de nuevo acá, con los alumnos”.

Esta misma cara me puso el hombre

Unos días después estábamos ya con los nuevos alumnos de 1er año en el espacio interareal (es cuando entramos varios profes y abordamos un tema desde distintas disciplinas, a veces sale bien y a veces es un frankestein, cuando nos sale un frankestein, nosotros ponemos esa cara):

Nosotros los profes, frente a una secuencia didáctica que no se entiende mucho

Prosigo, estábamos en el aula, ya terminando. Yo estaba semisentada en el escritorio cuando veo que se asoma la rectora y me hace un gesto sutil para que adopte una actitud más formal, cosa que hago. Dos segundos después entra ella al aula seguida de ¡mis dos supervisoresssss! Los que media hora antes me habían despedido con pompa y libro negro del otro cole. También entró una mujer muy entusiasta que saludó a los educandos uno por uno. Resultó ser la nueva capa di tutti capi (Directora del área). Los supervisores muy caballerosamente me saludaron con un beso y me llamaron por mi nombre de pila, pero ahí se terminó la cosa. Siguieron de recorrida por la escuela, y yo me quedé, luna de hiel entre mis manos, recordando los buenos tiempos en que los recibía en mi despacho y tomábamos café (sollozos).

Llorando a mares quedé

Por si no fui lo suficientemente clara, me cuesta horrores el cambio. Para colmo de males tuve que enfrentar a mí némesis literaria: Martín Fierro. Ya sé que suena absurdo, pero trataré de explicarlo.

Como todos saben, el Martín Fierro es un libro que se enseña en las aulas argentinas desde hace más de un siglo. La cuestión es que yo lo leí muy mal en mi escuela secundaria, si es que lo leí en ese momento, no recuerdo. Y no volví a pensar en él hasta que fui profesora y tomé horas en 5to año. Es decir, no es que no sabía nada de él, sabía que era un gaucho, que empezaba “Aquí me pongo a cantar al compás de la vigüela, que al hombre que lo desvela una pena estrodinaria, como la ave solitaria con el cantar se consuela”; sabía algo del viejo Vizcacha; sabía que “los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera”; sabía algo de una pulpería y un juez y pará de contar. Claramente con ese conocimiento tan pedorro no podía encarar una clase. Así que lo leí de pe a pa, la Ida y la Vuelta, y tampoco me enganchaba.

Me mira mal, no me digan que no…

Después leí textos críticos, y los vaivenes políticos de José Hernández y me interesó un poco más, pero me costaba muchísimo pensar en llevar eso al aula. Para peor, siempre en las mesas de examen había que hacer preguntas de Martín Fierro, había que leer los cuentos de Borges que se relacionan con Martín Fierro, y al final, todo es Martín Fierro (conocí a un hombre más joven que yo al que sus padres bautizaron Martín Cruz, de tan fanáticos que eran del poema, eso es vigencia).

En general trataba de sortearlo dando solo unos pequeños fragmentos, hasta que un año me decidí y leímos la Ida completa, y partes de la Vuelta, junto con la versión animada de Fontanarrosa, que a los pibes no les movió un pelo. Pero al menos, a un par de chicas que pensaban que Martín Fierro era solo un premio televisivo, les abrí el panorama.

¡Qué seriedad! Como si supiera que lo anduve ninguneando

Y lo peor, cada vez que le preguntaba a algún colega, todos los profes de literatura de 5to año lo daban, y muchos entusiastamente. Una profe muy sensible me confesó que lloraba cuando leía algunas partes del poema, y yo cada vez me sentía más ajena y apátrida. ¿qué pasaba conmigo que no podía conectar con la argentinidad? Y justo en 2023, cuando estaba cavilando si arrancar o no con ese bendito texto, me fui de directora y ya no tuve que sobrellevar ese calvario telúrico. Pero hete aquí que cuando regreso, en febrero, constato que mi suplente sí se le había atrevido al gaucho matrero, y al menos diez estudiantes tenían que rendir el poema ¡¡¡conmigooooooo!!!

Vengan santos milagrosos, vengan todos en mi ayuda, que la lengua se me añuda

Ahí estaba una vez más Martín Fierro, agazapado entre los pajonales, con su facón, esperándome. ¡Ah maula, ah sotreta, pero naides le pisa el poncho a esta maestra!

Pero sepa usté don gaucho

que esto es cosa de valientes

hablar de lo que no se entiende

durante horas en un aula

es peor que estar en jaula

y pa eso una es docente.

Así que oooootra vez volví a leer el Martín Fierro, para saber qué consejos le daba a los hijos, y qué decía el viejo Vizcacha, y qué corno había pasado con Cruz, etc, etc, que todas esas preguntas había dejado la profe suplente. Salí airosa del asunto, aprobé a un par de alumnos, y eso que uno insistía en llamar bar a la pulpería, cosa que me irritaba sobremanera.

Así que ahora que lo tengo fresco, seguro que me le animo este año, después les cuento.

Y eso es todo por ahora, amigos, desde el llano again. Felichitá.